Hubo un tiempo —no tan lejano— en que, si querías contar algo, no abrías un blog ni grababas un vídeo en TikTok o Instagram. Cogias un puñado de folios, buscabas una fotocopiadora de confianza (o que al menos no se atascara cada dos páginas), y te fabricabas tu propio medio de comunicación. Lo llamában “fanzine”.
Los fanzines fueron la herramienta predigital para que las ideas minoritarias, los gustos alternativos y las voces más inquietas se colaran por las rendijas de la cultura oficial. Revistas autoeditadas, con presupuestos de supervivencia y rebeldía de sobra. Música, cómic, política local, literatura marginal, la contra-cultura punk… papel y grapas como arma de expresión masiva.
España vivía los ochenta: explosión cultural en Madrid, punk en Euskal Herria, efervescencia en Barcelona… pero también en los pueblos donde parecía que nunca pasaba nada. Spoiler: sí pasaban cosas.
Porque también aquí, en Binéfar, hubo quien dijo: «Si nadie cuenta lo que nos interesa… ¡ya lo contaremos nosotros!».
Y así nacieron tres fanzines locales que hoy son pequeñas joyas para entender la creatividad, la crítica y la inquietud de varias generaciones de binefarense:
✅ La Escoba (finales de los 70 — principios 80)
✅ La Otra Voz
✅ El Lado Salvaje (1984…)
Cada uno muy distinto, pero unidos por la misma pulsión: hacer ruido desde los márgenes.
La Escoba: barrer lo establecido
Antes que "los modernos" llegaran con sus cintas de The Cure, en Binéfar ya había bullido un movimiento vecinal y político muy potente. Ahí aparece La Escoba: publicación vinculada a la Candidatura Independiente de Binéfar, surgida tras la dictadura, con una clara vocación de información ciudadana y crítica social.
Más que un fanzine cultural, fue un fanzine de combate:
- denuncias políticas y municipales,
- propuestas vecinales…
- participación ciudadana,
- análisis local
Era menos punk y más democrático, aunque igual de incisivo. Una escoba para levantar alfombras en tiempos en que hacía falta airear muchas cosas.
Podríamos decir que abrió camino: demostró que una publicación hecha desde la calle podía impactar en la vida real de un pueblo.
La Otra Voz: cuando la juventud habló en estéreo
Después de La Escoba, aparece La Otra Voz: una publicación que recogió el espíritu juvenil de principios de los 80. Su propio nombre ya es una declaración de intenciones: Si existe "una Voz" oficial… aquí va “la otra”.
Más experimental en contenido, más diversa en intereses:
- música que no salía en los 40 Principales,
- humor, ilustración y pequeñas dosis de irreverencia.
- primeros grupos de pop y rock locales,
- cultura alternativa....
Era un espacio para la creatividad de jóvenes que querían decir cosas y no tenían dónde hacerlo. La maqueta era totalmente DIY: máquinas de escribir, rotuladores, tijeras, pegamento, y a correr a la imprenta local.
La Otra Voz ya olía a contracultura y anticipaba lo que vendría a continuación…
El Lado Salvaje: Binéfar se pone en modo underground
Sus creadores:
- M. A. Abadías,
- Liz García
- J. F. Lapuente,
- Manuel Pueyo,
- quizás alguien más que no hemos sabido reconocer...
Algunos datos:
- Primer tiraje: 300 ejemplares
- Precio: 110 pesetas
- Canales de distribución: pubs de Binéfar y alrededores
- Recepción: más de 200 copias vendidas en 15 días
Aquello fue un bombazo.
Su declaración de intenciones, recogida en su segundo número, lo deja claro: querían romper el silencio cultural del territorio:
“Nacimos con la intención de cubrir un hueco informativo en esta zona nuestra, donde la música pop y la cultura no oficial tienen un insospechado número de adeptos…”
En 1984, en plena resaca de la Transición y con la Movida madrileña extendiéndose por toda España, surge El Lado Salvaje, un fanzine que respira inconformismo, pasión y una necesidad casi vital de sacudir la modorra cultural de la época. Desde su primer número, el tono es claro: el rock no puede ser un museo, debe ser una materia viva, en constante mutación. Los redactores lo proclaman sin rodeos: “Pasearse por el lado salvaje es arriesgado pero excitante”, y en esas palabras se resume toda una filosofía.
El fanzine se abre con un manifiesto que mezcla entusiasmo juvenil y conciencia crítica. Herederos del espíritu punk del 77, los autores invocan a los Velvet Underground, los Stooges y los Doors como sus santos patronos. Pero su mirada está puesta en el presente: en los grupos que, desde Londres, Berlín o Madrid, están reescribiendo las reglas del juego. En una España que empezaba a salir del gris, El Lado Salvaje es una sacudida eléctrica contra la complacencia.
Sus páginas vibran con la urgencia de un tiempo que quería romper con todo. Hay críticas musicales apasionadas —de Parálisis Permanente, The Clash, Alan Vega o New Order— que van más allá de la reseña: son declaraciones de principios, pequeños manifiestos de resistencia cultural. Se denuncia la domesticación del rock por parte de las multinacionales y se exalta la independencia creativa, la búsqueda del riesgo y la autenticidad.
En medio del discurso político y social de la crisis —“las compañías de seguros venden miedo”, escriben con ironía—, el fanzine propone la música como un refugio y un arma. La libertad de creación se convierte en bandera, y el “hazlo tú mismo” en método y actitud. Cada texto transpira la rabia y la ilusión de quienes se saben parte de algo más grande: un movimiento subterráneo que está construyendo una nueva cultura.
El Lado Salvaje no es solo una publicación musical: es un testimonio de época, una crónica escrita con urgencia y con las manos manchadas de tinta. Su voz, a medio camino entre la lucidez y el delirio, nos recuerda que el rock —como la vida— solo tiene sentido cuando se vive al límite, sin miedo a ensuciarse. En sus páginas, la juventud de los ochenta se mira al espejo y se descubre salvaje, libre y ferozmente viva.
El número 2 de El Lado Salvaje (1984) es una auténtica cápsula del tiempo del underground aragonés. Desde su primera página respira la ilusión y la energía de un grupo de jóvenes de Binéfar que, sin esperar el beneplácito de nadie, decidieron conectar el Altoaragón con la escena musical y cultural más inquieta de la España post-movida.
La redacción —Abadías, Lapuente y Pueyo— abre el número con una editorial lúcida y casi programática: reconocen las dificultades de sacar adelante el proyecto, las críticas recibidas y la voluntad de “ensuciar la inmaculada blancura de los folios con la tinta de las máquinas de escribir”. Ahí está su espíritu: honestidad artesanal, cero pretensiones comerciales y una fe absoluta en la cultura como impulso vital.
El contenido combina artículos extensos sobre la Onda Siniestra española (Gabinete Caligari, Parálisis Permanente, Décima Víctima, Los Monaguillos…), análisis de grupos internacionales como Talking Heads o Iggy Pop, reseñas literarias y cinematográficas —de Feliz Navidad, Mr. Lawrence a Derrama whisky sobre tu amigo muerto— y un tono crítico que bascula entre la erudición autodidacta y la pasión sin filtros.
Su maquetación, mezcla de tipografía de máquina y collage manual, tiene el encanto imperfecto del hazlo tú mismo. La escritura es densa, cargada de referencias y entusiasmo, más cercana a un manifiesto cultural que a una revista musical al uso. Se nota la huella de una generación que había leído a Star, escuchado a Radio Futura y soñaba con escapar del gris de provincias a golpe de vinilo.
El Lado Salvaje no fue solo un fanzine: fue una declaración de existencia. Demostró que, incluso desde un pueblo, podía hacerse periodismo cultural con criterio, pasión y mala leche. Cuarenta años después, sigue siendo un documento imprescindible para entender cómo la contracultura también echó raíces en Binéfar.
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Fuentes:
- La Otra Voz: Cellit
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