En mayo de 2020, Silvia Isábal y Víctor Bayona del Cellit, publica en la sección "Historias de Nuestra Historia" de la revista Somos Litera esta bonita historia sobre el pago al boticario de Binéfar.
El pago al boticario de Binéfar
En agosto de 1751, el Ayuntamiento de Binéfar contrató a un maestro boticario de nombre Pedro Murillo. Según el contrato, que tenía tres años de duración,el farmacéutico quedaba obligado a servir a los veci nos las «medicinas químicas y galénicas» que pudieran recetar el médico, los cirujanos (practicantes) o los albéi tares (veterinarios). Esta obligación se extendía también a las criadas, los parientes de los vecinos que se encontraran en ese momento en Binéfar y también a los que, trabajando fuera del pueblo,volvieran a sus casas para recuperarse de sus enfermedades. El Ayuntamiento por su parte, se comprometía a pagar anualmente al boticario cuarenta cahíces de trigo y dos arrobas de aceite, aunque si el precio del cahíz excedía de treinta y seis reales, el pago en trigo se sustituía por ciento veintiocho libras jaquesas. Para retribuir a este tipo de profesionales que cuidaban la salud, el Ayuntamiento recaudaba de los vecinos un im puesto anual y así,estos estaban obligados a pagar la cédula del médico,la del boticario, etc.
Sin embargo,concluido el contra to, Pedro Murillo no había cobrado el importe correspondiente al último año,por lo que inició un proceso de demanda contra el Ayuntamiento de Binéfar. La razón del impago no era otra que la miseria que azotaba al municipio después de seis años consecutivos sin cosecha de cereal. La pobreza era talque muchos vecinos habían te nido que prescindir de sus caballerías, por lo que labores como labrar o sembrar, eran realizadas «con su propio sudor», tal y como expresa el expediente que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza.
En casos de impagos como este, el procedimiento habitual era que el Ayuntamiento ejecutara los bienes de los deudores para que después de ser tasados, pasaran a ser subastados y con el dinero obtenido se pudiera satisfacer la deuda. Así fue como los miembros del Ayuntamiento tuvieron que registrar todas las casas del pueblo para intentar conseguir algunas pertenencias de valor.Sin embargo,el resultado del registro no dio los frutos deseados.
Del conjunto de los vecinos, dieciséis habían abandonado el pueblo hacia «reynos extraños» huyendo de la pobreza y dejando sus casas total mente vacías. En otros nueve domicilios, la mayoría habitados por viudas, los bienes encontrados tenían un valor inferior a la deuda contraída con el boticario, y solo en el resto se pu dieron requisar algunos enseres domésticos como colchas, cobertores, mantas, calderos, sábanas o basquiñas y también aperos como ganchos de revolver estiércol o arados, además de algunas escopetas. Todos es tos objetos fueron depositados en el Ayuntamiento mientras el pregonero anunciaba la subasta, a la que no acudió ningún postor.
La verdad era que en aquellos tiempos de calamidad, el único que podría haber comprado todos esos objetos era el mismo boticario, que mientras sus vecinos se arruinaban cada vez más, aumentaba su patrimonio adquiriendo viñas y solares, aun que alegaba que se hallaba sin medios para mantenerse y tener surtida la botica. Una postura complemente diferente a la que mantuvieron el médico, el cirujano o el albéitar, que aún sin cobrar, siguieron ejerciendo sus funciones pacientemente en espera de que llegara una cosecha abundante que permitiera la mejora de las condiciones del pueblo.
Finalmente el boticario se vio obligado a llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento en abril de 1755: re cibió los bienes incautados, algo de trigo que algunos vecinos se quitaron de su propia manutención, dinero que aportaron los más pudientes, una fanega de sal y la promesa de pan gratis. Aunque no se llegaba a cubrir la totalidad de la deuda,el boticario se comprometía a no molestar al Ayuntamiento hasta junio, momento de la cosecha. Suponemos que esta debió aliviar la situación económica de la villa,ya que no se vuelven a tener noticias de este pleito que puso en una difícil situación a los binefarenses y que nos desvela,en sus páginas, la presencia de algunos apellidos que todavía se mantienen en la actualidad: Raluy,Estarán,Gibanel,Ortiz, Alzuria, Montiu, Lacasa, Puértolas, lbarz, Murillo, Gombau, Sanz, Faro, Arasanz o Benedico.
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