Hay noticias antiguas que, al releerlas décadas después, suenan a pequeñas epopeyas locales. Historias modestas, pero llenas de la ambición, la necesidad y la ilusión de un pueblo que todavía se estaba haciendo a sí mismo. Esta que apareció en La Voz de Binéfar en noviembre de 1983 es exactamente una de esas. Un recordatorio de cómo, incluso sin grandes presupuestos, una comunidad puede empeñarse en mejorar la vida de todos.
La pieza contaba que la Asamblea Local de Cruz Roja tenía entre ceja y ceja un objetivo claro: levantar un puesto permanente de primeros auxilios en Binéfar. No un proyecto faraónico, sino un servicio básico, útil, inmediato. Algo que hoy damos por hecho, pero que entonces se veía como un salto adelante en la atención sanitaria y en la capacidad de respuesta ante accidentes.
Su presidente explicaba que el coste ascendía a cuatro millones de pesetas (que hoy nos haría fruncir el ceño, pero que en 1983 era simplemente “un dineral de los de antes”). Aun así, insistía en que el propósito merecía la pena: accidentes en carretera, incidentes en el campo, emergencias cotidianas… el tipo de situaciones imprevisibles ante las que una población activa y creciente como Binéfar necesitaba estar preparada.
La filosofía parecía clara: “cada asamblea asume el coste total”. Es decir: nada de esperar a que viniera “Madrid” a solucionarlo todo. Autogestión, compromiso vecinal y mucha, muchísima voluntad de remar.
El artículo relata también la llamada directa a empresas locales, comercios y vecinos para colaborar económicamente. “Todo lo que puedan prestar para llevar a término la obra lo más pronto posible”, decía. Y, con el tono típico de la época, reconocían que la economía no estaba para echar cohetes… pero que era precisamente por eso por lo que convenía hacer las cosas cuanto antes: si no se actuaba en frío, luego venían los sustos en caliente.
Había además un elemento curioso, casi entrañable, que acompaña a la noticia: la posibilidad de realizar el Servicio Militar en Binéfar. Sí, aquí mismo. La Provincial había confirmado que ese año llegarían diez soldados para formar plantilla en el municipio. Algo que, visto desde hoy, suena a ciencia ficción; pero que entonces fue un alivio para muchas familias. Sobre todo para los jóvenes que, como recordábamos también en nuestra entrada sobre insumisión, esperaban cualquier oportunidad para no tener que pasar meses lejos de casa.
Para ser “soldado voluntario de Cruz Roja”, explicaba el periódico, se exigía estar inscrito como voluntario en la Asamblea Local y poseer el título de socorrista. Nada descabellado, pero sí un filtro razonable en una época donde el voluntariado suponía una responsabilidad real y una disponibilidad total ante emergencias.
La noticia cerraba con una fotografía: un grupo de voluntarios, jóvenes en su mayoría, reunidos en una jornada de convivencia. Ropa sencilla, posturas naturales, miradas directas. Esa estética inconfundible de los primeros años 80 en los pueblos: ni posado profesional ni selfie espontáneo; simplemente una comunidad en construcción.
Leyendo la noticia desde 2025, llama la atención cómo la Cruz Roja local era uno de los motores sociales del municipio. Igual que hoy nos organizamos en redes, grupos de WhatsApp o asociaciones, en 1983 la Cruz Roja era el engranaje que unía a jóvenes, familias, instituciones y empresas alrededor de un propósito común.
No sabemos cuántos de los que aparecen en la foto siguen viviendo aquí, pero sí sabemos que su empeño ayudó a sembrar una idea que acabaría siendo esencial: que Binéfar pudiera responder ante una emergencia sin depender de nadie más.
Aquella noticia del 83 es, en el fondo, una cápsula del tiempo. Un retrato de cómo éramos y de cómo queríamos ser. Y también un recordatorio de que muchos de los servicios que hoy consideramos “normales” nacieron así: con cuatro millones de pesetas, un grupo de voluntarios muy motivados y un pueblo dispuesto a arrimar el hombro.
Fuente: Voz de Binéfar noviembre 1983

